¿Vinotinto o Chávez?

Mientras estaba pensando en el título de este artículo, me ponía a pensar cómo se distorsionan los gustos como consecuencia de la influencia de una persona en específico, sobretodo si la persona en cuestión es, por cosas de la vida, nuestro Jefe de Estado. Esto me lleva a hacer algunas pequeñas reflexiones acerca de la relación deporte-política las cuales quisiera compartir con ustedes hoy.
No es secreto para nadie que el deporte como actividad netamente competitiva que pone a prueba entre muchas cosas las capacidades físicas y en otros casos intelectuales, ha atraído el interés de la política para exhibir los triunfos nacionales como una manera de propaganda política. Ejemplos en el mundo sobran, pero quisiera referirme a algunos casos para luego introducir mi tema de discusión.
En 1936 los Juegos Olímpicos tanto de Invierno como de Verano se celebraron en la Alemania que para ese entonces estaba bajo el régimen nacionalsocialista encabezado por Adolfo Hitler. En esos juegos el olimpismo perdió la virginidad con respecto a la política desde el momento de la inauguración cuando muchos atletas al pasar por la tribuna del Berliner Olympiastadion saludaron a Hitler con el saludo Nazi en vez de hacerlo con el saludo olímpico. Cada medalla lograda por los alemanes era vista por el régimen como una muestra de la superioridad de la raza aria germana cuya exaltación corrió por cuenta del ministro de propagandas Joseph Göbbels. En la acera de enfrente los Estados Unidos en un intento de demostrar lo contrario de la prédica hitleriana, y a pesar de la segregación racial en práctica por Norteamérica (en aquel entonces los negros no podían jugar en las Grandes Ligas, estado de cosas que duró hasta 1947 cuando Jackie Robinson rompió la barrera racial un 15 de abril), pobló su delegación con atletas de color en la cual se destacó Jesse Owens con sus cuatro medallas de oro. Fue tan convincente la actuación de Owens que Hitler, rompiendo el protocolo de la época abandonó el estadio para no darle la mano al mejor atleta de los juegos. Sin embargo, Alemania ganó los juegos y pudo hacer fiesta con la presunta superioridad de su raza aria.
Todos sabemos que en Brasil el fútbol ocupa un lugar especial, hasta el punto de ser el primer deporte para los brasileños. No en balde han jugado todas las ediciones de la Copa del Mundo de la FIFA y ganado 5 veces este torneo. Tampoco es para asombrarse que nombres como Garrincha, Zagallo, Zico, Ronaldo, Ronaldinho y Pelé hayan nacido en el país amazónico. Pero la considerada Mejor Selección Nacional de Fútbol del Mundo nació bajo el estigma de la política y de la dictadura militar. En 1970 Brasil estaba aún gobernada por el Mariscal Castelo Branco quien sumió a Brasil en una dictadura militar desde 1964 gobernando con mano de hierro y fuerte opresión sobre su pueblo. Un gobierno que invirtió la friolera de 100.000 US$ para su «Seleçao» y dio entrenamiento militar a sus jugadores con la Fuerza Armada para resistir los golpes del fútbol europeo, no solamente dominó groseramente el Camperonato del Mundo, sino que en un momento logró dividir a los mismos brasileños. Los disidentes a la dictadura se negaban de plano a apoyar a su selección cuando saltaban al terreno de juego en Mexico. Tal como lo cuenta un periodista de la época, también disidente, veía que Brasil dominaba el juego inaugural contra Inglaterra, pero en el fondo deseaba ver perder a la «Canarinha». Este sentimiento duró hasta que Pelé anotó el gol de abrir el marcador y fue tanta la emoción que salió al balcón a gritar el gol de «O Rei». Se sufre, pero también se goza, dicen por ahí.
Entre 1927 y 1972 todos los campeones mundiales de ajedrez tenían dos cosas en común: eran soviéticos y comunistas. Los nombres de Alekhine, Botvinnik, Tal, Petrosian y Spassky son harto conocidos por los jugadores de ajedrez. Pero en 1972 en Reykjavik, Islandia un nuevo frente de la Guerra Fría se abrió en el plano deportivo. En esta esquina el joven Gran Maestro estadounidense Bobby Fischer, iba en pos del campeonato mundial, solamente que para él tendría sentido ser campeón si le arrebataba el título a los soviéticos. Y en esta otra (como se dice en boxeo), el campeón mundial Boris Spassky de la Unión Soviética. Para resumir la historia de este match se puede decir que hubo de todo: desacuerdos en las posibles sedes, un punto ganado por Spassky al no comparecer Fischer a la partida (fue en el segundo encuentro), una partida declarada tablas bajo protesta de ambos contendientes, llamadas telefónicas a los ajedrecistas por parte de funcionarios de los gobiernos de sus respectivos países, el morbo periodístico ante la tensión política y finalmente… Fischer ganó y se convirtió en el primer (y único) norteamericano en ganar el campeonato mundial de ajedrez. Cualquier parecido con el combate de Rocky Balboa e Iván Drago en Rocky IV es pura coincidencia.
Es difícil en estos tiempos no sucumbir ante la tentación de utilizar a los triunfos deportivos como propaganda política. De alguna u otra manera nuestros atletas representan los colores y la bandera de nuestros países. Saben que representan a una nación, pero los estados esperan que representen también a sus gobiernos, quienes al fin y al cabo en la mayoría de los casos son los que financian el desarrollo de un atleta, por lo menos hasta que salte al profesionalismo. Quienes actúan de esta manera no se dan cuenta del riesgo que se corre al dividir a una población o a su gente acerca del apoyo que se le dispensa a nuestros atletas. Por otro lado, Venezuela no es precisamente un país que destaque por lo prolífico de sus éxitos deportivos los cuales en ocasiones como buenos criticones que somos no le damos el justo valor. Al contrario se suele decir que los triunfos llegan por casualidad, por buena suerte o por la mala del contrario sin reparar en el sacrificio y esfuerzo que los atletas hacen para llegar a donde están.
Antes de Chávez, los venezolanos habíamos celebrado sin mezquindades a los héroes del ’41, las medallas de Devonish, Forcella, Morochito, Gamarro, Piñango, Vidal, Catarí, Marcelino Bolívar, Gouveia y Adriana Carmona; los títulos de Cecotto y Lavado en el motociclismo y las Series del Caribe del Magallanes, Zulia y Caracas. Tanta es la división que se ha generado que hasta nos damos el lujo de descalificar a nuestros deportistas cuando logran algo importante, son recibidos por el Presidente o por la Asamblea Nacional porque aún subyace la percepción de que sus medallas son de la revolución. Nada más lejos de la realidad. Nuestros deportistas también son parte del pueblo y debemos apoyarles por encima de los gobiernos y sus dirigentes.
Para el momento en que escribo esto estamos a su vez a escasos dos meses de la Copa América de 2007. Hoy en día muchos venezolanos debaten sobre si ir o no a los partidos, apoyar o boicotear el torneo o apoyar a la Vinotinto o ir en pos de Brasil o Argentina. Respeto la opinión de quienes no quieren seguir a la Vinotinto o apuestan al fracaso del torneo pensando que con ello se le hace oposición al Gobierno, pero lamentablemente no puedo compartir esta posición. Desde hace algunos años se sabía que Venezuela era la sede de la Copa América, es más, ésta debía realizarse en nuestro país en el año 2005. Es un compromiso adquirido con anterioridad y que independientemente de quién estuviera en el gobierno en este momento el tormeo debía continuar. Lo que sí no podemos aceptar es que se utilice a nuestra Copa América como trampolín de propaganda política oficialista y eso debemos hacerlo asistiendo a los partidos, mostrando como sede que somos excelentes anfitriones, apoyando con alegría a nuestra Selección y alzando nuestra voz de protesta ante cualquier intento de secuestrar o boicotear nuestro torneo en favor de intereses ajenos a lo deportivo.
Yo soy fanático de la Vinotinto desde hace muchos años, específicamente desde la época en que un partido de Venezuela era derrota segura y nos contentábamos con recibir el saco lleno de goles. Nunca perdí la fe en mi selección ni abandoné los partidos cuando el marcador en contra decía 3 a 0, 5 a 0. Esa fe hizo que la siguiera amando cuando llegaron las victorias y nació la «Pasión Vinotinto». El que no esté de acuerdo con las conductas ni los planteamientos de Richard Páez ni el continuismo pernicioso de Rafael Esquivel a la cabeza de la Federación,no me hace un enemigo de la selección. Solamente demuestra cuánto amo y sufro con mi vinotinto, porque la pasión por la Vinotinto no se muestra por tener la última camiseta sino que se lleva en el alma y el corazón. No se muestra, se vive la pasión. Es por ello que ni siquiera Chávez me va a hacer renunciar a seguir a mi Selección y desearle lo mejor.
Ya he hecho mi elección: Entre Chávez y la Vinotinto escogí a la Vinotinto, Mi Vinotinto y la Vinotinto de todos los venezolanos.

Acerca de Bienvenidos al blog de Roberto Sánchez L.

Único e inimitable, multifacético que me gusta todas las cosas que hago. Amante del deporte, aficionado apasionado de la política, soy también programador, músico, articulista y actualmente Politólogo
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